SOLIS, JORGE
A veces hasta sobran las palabras cuando se trata de hablar sencillamente de amor, cantaba Braulio en el tema con el que concursaba España en el Festival de Eurovisión de 1976. Faltaban todavía 15 años para que Jorge Solís viniera al mundo, por primera vez, en Cáceres. Porque este libro, Perros que cantan (El Sastre de Apollinaire), va de la palabra. Palabra de Dios o de poeta. Que no es lo mismo, pero es igual (Silvio Rodríguez dixit). Metapoesía. Porque la poesía es la vida y la muerte y viene con sus ojos. Parole, parole, como cantaba Mina (yo prefiero la versión con Adriano Celentano) y ese verso que sin duda se estaba refiriendo a este libro, porque todo está escrito y a la vez los días son una página en blanco, con papel verjurado a veces, sin gramaje, otras: Ecco il mio destino, parlarti, parlarti come la prima volta.
Porque la poesía, a veces, no se queda en monólogo (del Club de la Comedia o de Shakespeare). Solís dialoga con sus ancestros, poetas de otra época, de estos momentos y también con algunos que aún no han aparecido por este siglo. ¿Y cómo lo hace? Se mira en el espejo, pero luego lo atraviesa. Borges le guía como lazarillo en ese viaje oblicuo a las palabras del pasado. Alicia y Lewis Carroll le siguen a una prudente distancia, por si necesita avituallamiento moral, las claves para descifrar lenguajes de otro tiempo.
Con honradez impropia del gremio de la poesía, Jorge nos ofrece su lista de la compra con los nombres de aquellos con los que habla a través de este libro. De ellos voy a citar solo a algunos: Vicente Aleixandre, Anna Ajmatova, Jorge Luis Borges, Raymond Carver, Catulo, Cavafis, Luis Cernuda, Paul Celan, Cummings, José María Fonollosa, Jaime Gil de Biedma, OsipMandelstam, Juan Carlos Mestre, Pablo Neruda, Leopoldo María Panero, Cesare Pavese, Fernando Pessoa, Rainer María Rilke o José Ángel Valente.