SANTIAGO BOLAÑOS, MARÍA FERNANDA
La palabra, en algunos momentos, nos queda corta como aquel pantalón de la infancia que con recosidos o remiendos ha superado su tiempo. La palabra no siempre abarca los mismos puntos cardinales u horizontes que la mirada; si del sentir se trata, aquella encoge y muestra su incapacidad, su insuficiencia para dibujar el color de las emociones o la hondura de la necedad humana; ante la infamia, quisiera enmudecer y preservar su dignidad, mas reconoce y sabe que el silencio anega toda intención en la desesperanza. En ocasiones, por momentos, habrá que reforzar esa palabra para que no anime o caiga en la desmemoria. Sea como fuere ha de sostenerse en pie, ha de resistir porque "resistir es sobrevivir para poder contarlo fuera": aquello que consigue salir fuera, cuanto se cuente más allá de los límites, difícilmente regresará al olvido.
Marifé Santiago nos entrega en su texto un abrazo, acompañado de esa plegaria que brota urgente e imparable, necesaria tras el "viaje moral" -recuerda en palabras de J.C.Mestre- que en agosto de 2011
realizó a Auschwitz en compañía del poeta de Villafranca del Bierzo, El Lebrijano, Berta Ojea y Henar Corbí. ¡Qué difícil hallar palabras que acojan la poesía lúcida, que sean capaces de mantener en hora el reloj del compromiso ético con cuantos perdieron la voz mas no la herencia! ¡¡En este poemario Marifé las encuentra; les da alma bajo su cobijo!!
Recuerdo que Juan Gelman, viajero ya definitivo, siempre tenaz ante la infamia, aseguraba:"a la poesía me obliga el dolor ajeno". En estos poemas, en cuatro visiones-sueño la poeta transustancia el tiempo del dolor en sentimiento propio que quisiera colectivo y partícipe, nunca acosado por el devenir. "Se van las palabras, se vacían los destinos, enferman los sentimientos", escribe en el poema-visión XV. La vergüenza que desde entonces cubre al hombre, aquel exterminio y cuantos exterminios lo persiguen, manifiestan tal desnudez que "no la cubrirán ya nunca ni ropas ni decretos" (XXIV).