SANTAMARIA ANTONIO
Bajo la lengua, bajo su dominio, sometido al músculo que gusta
y articula los sonidos. Que sirve para deglutirlos. Sensualidad
del idioma materno, sublimación del tracto, órgano de motivación sonora.
La lengua, con su cualidad retráctil no solo articula, proyecta,
arroja al exterior la expresión sonora, también la detiene,
la retarda, la entorpece, la reprime, la sosiega.
Deliberadamente impide su emisión, la engulle abismándola
de nuevo en nuestra tiniebla esencial, alma o piedra angular
del canto, de la voz, del gemido primordial.
La lengua muda el sonido en voz, y ésta en palabra escrita.
Pero lo que sirve para invocar a la memoria también nos precipita
en el olvido. Pues se escribe para olvidar, y más concretamente,
se escribe para olvidar el lenguaje. El poema es el ejercicio estricto
de la ignorancia: estado del que ignora cierta cosa. El poema debería ser
un no saber, tracto que nos lleve hasta ese objeto ignorado.
El espíritu no nace, es el nacimiento en sí. Fluye, es cierto, en tanto que es
la misma fuente. Es la fuente, el agua que de ella brota, y las manos que
forman un cuenco para recibirla.
Lo que sucede más allá de ese cuenco de las manos es obra del
pensamiento. Una idea que, en el instante en el que es articulada en
sustantivo, cae de los labios.
Manos en cuenco para recibir el fruto del alma, callado aliento para
trabajarlo.
Antonio Santamaría