PESSOA, FERNANDO
Los poetas no tienen biografía, afirmó Octavio Paz a propósito de Fernando Pessoa. Sus obras son su biografía, y éstas hablan por ellos. Y es verdad que los hechos en la vida del poeta portugués fueron harto vulgares. Existencia anodina y obra deslumbrante, genial. Para compensar esa vida gris, sin relieve, se inventó como personaje e inventó otros tantos personajes que escribieron a través de él, actuó como una especie de médium para ellos. Les imaginó una existencia precisa y los hizo dueños de una poética propia divergente en muchos aspectos de la suya, por eso no se trató de seudo nombres sino de heterónimo: autores con vidas paralelas y no máscaras del poeta. No había afirmación contundente o definitiva, todas tienen su contrario, todo entra en contradicción. ¿Qué es la realidad y cuál la esencia de las cosas? ¿Son verdaderas las formas que percibimos de ellas? Lo que sucede en la región de los sueños adquiere una dimensión más tangible que en el mundo de la vigilia. En el gusto por la paradoja y la contradicción se halla la raíz de su escritura. Fue un niño solitario y tímido que creció marcado por estos rasgos que conformaron las características más acusadas de su carácter. En su principio y en su fin está su soledad que mitigó inventando personajes como un capitán Tihbeaut, un Chevalier de Pas, en nombre del cual se escribió cartas a sí mismo. Más tarde aparecerían Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos, Bernardo Soares. Con la invención de esos amigos ficticios, más reales para él que los seres que lo rodeaban, empezó a manifestarse, aunque de forma embrionaria y lúcida, aquello que él quiso que aconteciera: el desbordamiento de las fronteras del mundo real, la concretización de lo posible expresado en sus soliloquios y monólogos, la materialización de lo ficticio. Su afición por el ocultismo lo llevó a profundas meditaciones sobre el pensamiento esotérico y fue dueño por eso de un conocimiento que sólo pueden compartir con él los iniciados. Negó la cristiandad y se empeñó en restaurar la religiosidad de los dioses perdidos del paganismo griego. Creyó en la realización de un Quinto Imperio cultural que haría posible la lengua portuguesa. Todo lo que soñó ser quedó registrado con una caligrafía nerviosa, de trazos rápidos y, la mayoría de las veces, ilegible. Con la sabiduría, semejante a la de un maestro de la filosofía Zen, nos invitó a dudar de todo y de nosotros mismos. Los textos que a continuación se reproducen han sido extraídos de sus abundantes poemas y páginas en prosa. Algunos de ellos tiene la calidad del aforismo y otros tienen la densidad de un haikú. Pensamos que contienen una sabiduría extraña y una atmósfera enrarecida. Son citas tomadas de su pluma ortónima y de sus heterónimos.