ORTEGA HERNANDEZ, LEOCADIO
(Del prólogo): No llegué a conocer personalmente a Leocadio Ortega. Dos imágenes, sin embargo, me han ayudado a llegar hasta él. La primera, de 1990: el poetatras sus gafas asiste, como un muchacho aplicado que se dejara llevar, a las palabras que su editora, la también poeta Elsa López, le dedica durante la presentación de Prehistórica y otras banderas De todas formas, se ve que el momento supera al escritor. La otra imagen es la fotografía de Pablo Espantaleón: esa mirada fulminante y retadora, con los ojos que parecen salir de sus orbitas; pero que es, a un tiempo, la de un ser acosado por el mundo, a punto ya de abandonarlo. Es 2007. No llegué a conocerlo personalmente; pero mantuve con él una larga correspondencia (manuscrita, en papel; como debe ser una conversación así): continuada y regular, si bien con paréntesis imprevistos, entre septiembre de1991 y marzo de 2007. Una correspondencia que se hizo amistad. O quiero creerlo así. Ya en el 97, me confiesa: «estoy acostumbrado a vivir en el fracaso permanente, y eso no me lo puedo permitir». Y ahora que releo sus palabras, me digo: ¿quiénes los radicales: aquellos que, vociferantes, se parapetan tras la primera pancarta que ven pasar; quiénes los activistas, los que lo hacen valer en su currículum, para sacarle rédito a conveniencia? De unos y de otros, quiénes con la capacidad de verdad era entrega que Leocadio Ortega muestra en todo cuanto escribió, a sabiendas de que en ello le iba la vida