Un puñado de anécdotas autobiofráficas que muestran a un Trondheim íntimo, tierno, a veces irritante. Cómodo en su doble papel de autor y personaje, se divierte forzando la identificación de uno y otro, y crea un divertido hipocondríaco patoso en la línea de Woody Allen.
Artículos relacionados
Vista previa: EL SINDROME DEL PRISIONERO. LAS PEQUEÑECES DE LEWIS TRONDHEIM
Esta web utiliza cookies propias y de terceros para mejorar nuestros servicios mediante el análisis de sus hábitos de navegación. Puede obtener más información aquí o cambiar la configuración.