CRUZ, RAUL
La Rosa Negra lanza una mirada antropológica sobre la cuestión del Estado: hacia el 3500 antes de nuestra era, aparecen los primeros signos de la formación del Estado en el Creciente Fértil; más concretamente, en Mesopotamia, nombre que significa «entre ríos» por referirse a una región ubicada entre los ríos Tigris, Éufrates, Gihón y Pishón que corresponde con el actual Iraq.
El Estado, artefacto mortífero y subyugador de voluntades, fue ideado principalmente para la guerra y la recaudación de impuestos, infundiendo el terror en los corazones de los primeros pobladores que, incapaces de ofrecer una resistencia consciente y organizada, presenciaron su aparición. Desde su origen, el Estado fue una asociación inextricable entre el poder constituido y la casta sacerdotal, imbricados de tal forma que la población subyugada no imaginó siquiera una resistencia colectiva ante un matrimonio de conveniencia que se atribuía la gestión de las terroríficas fuerzas sobrenaturales. Con su poder organizaba el trabajo, establecía el curso de la economía y obligaba a tributar en favor de una élite gracias a las primeras acumulaciones de bienes que reportaron la invención de la agricultura y la ganadería.
El nacimiento del Estado, asistido por un grupúsculo de naturaleza belicosa e intención expoliadora, supuso una verdadera involución de las relaciones sociales y humanas, inaugurando una vía ulteriormente hegemónica dentro del abanico de posibilidades con las que contaba el genio del Homo sapiens. Aun imponiéndose frecuentemente por la fuerza, la emergencia del Estado no fue un camino exclusivo en la historia naciente de los seres humanos, existiendo constancia de otras importantes formas de organización social sin evidencias arqueológicas de jerarquías o templos, de mandos o guerras, basadas en la igualdad y la armonía de los pueblos con su entorno natural.
La violencia está marcada a fuego en la naturaleza originaria del Estado. Hamurabi, el primer legislador que en la decimo octava centuria a. n. e. ordenó grabar en piedra leyes como «Si un esclavo dijese a su señor "¡No eres mi señor!", éste podrá cortar al esclavo una oreja...», fue admirador de Sargón, continuando su estela de conquistas y rapiña.
La Rosa Negra Ediciones / Colección Afinidades Subver