REYNALDO JIMÉNEZ
GANGA I
Las miniaturas (1987)
Ruido incidental/El té (1990)
600 puertas (1992)
La curva del eco (1998)
En estas «estampas» de sus Miniaturas el objeto está siempre ahí, pero, errátil, resulta inasible: es un error, como dice la cita de Elizondo (yo diría una errancia) tan imposible de determinar como el movimiento/posición de las partículas en la física/incertidumbre de Heisenberg. Debo confesar que estos simulacros de realidad me interesan muchísimo: quiero decir que son para mí uno de los aspectos más esenciales de la realidad y están tan vinculados al ritmo, el otro aspecto esencial, que se podría decir que sólo son ritmo: justamente el ritmo de los poemas suyos, sin fallos y perfectamente controlado, es una evidencia que no admite evasivas; agarrándose de ella, el lector tiene que inventar con usted todo lo que dice el poema.
Américo Ferrari (en carta a RJ)
El barroco (y a Jiménez le cabe esa calificación estética) molesta a ciertos lectores cortos de vista, que no ven (no entienden) lo que se ve. No hay mesas y sillas, como en el teatro naturalista argentino, o si las hay están volando, dadas vuelta. Nada reconocible, a simple vista. No se le ve, como al puente lezamesco, pero se le siente. Hay un espectro que se escurre entre los claroscuros de las letras. Se hace, por así decir, un salir de sí. Puré de yo: escorzo de un yo. Este salir en Reynaldo Jiménez no es desmelenado ni patético, sino más bien sereno: paréntesis en la corriente de las aguas. Se simula (¿remédase?) un concepto, la sombra de un concepto, cierta filosofía del alma intersticial, claro que es siempre la lengua (sus fricciones antes que sus ficciones) que le sustenta al encabalgar sus florilegios manieristas.
Néstor Perlongher