RODRÍGUEZ VILLAMIL, MARTHA
Noviembre de 1983. Montevideo se ve sacudida por la noticia de que un centenar de niños, hijos de exilados uruguayos en el exterior, vendrían al Uruguay a pasar las fiestas de fin de año. Noticia insólita, como muchas otras, que moviliza la (tantas veces puesta a prueba) capacidad de asombro de los uruguayos y el miedo a volver a caer en espejismos. La pregunta implícita era si alguna vez terminaría la dictadura militar.
Diarios, semanarios y radios reiteran la noticia y entonces crece el rumor y la imaginación popular: ya no son 100, sino 200 o 300 que vendrán en uno o más aviones. Una vez conocido el local donde funcionará la incipiente Comisión por el Reencuentro de los Uruguayos (CRU), un aluvión de personas concurre a anotarse para colaborar en las más diversas tareas.
Diciembre de 1983. Voluntarios de todo orígen y condición social se van conociendo y conformando un grupo humano de singulares características, que durante poco más de un mes trabajará en forma vertiginosa, unido en el interés común por aquellos a quienes se empieza a nombrar como los niños del avión.
Aún hoy, todos los que trabajamos con los niños del avión, sentimos una profunda emoción cuando nos volvemos a encontrar en donde sea. El compañerismo que se forjó y la intensidad de las emociones vividas vuelve a palpitar en un abrazo muy especial donde sobran las palabras.